viernes, 28 de agosto de 2015

Agustín 'Tato' Abadía: "La gente tiene una idea muy equivocada de mí como futbolista"

Cronómetro de Récords entrevista al emblema del CD Logroñés, que regenta una quesería en Logroño

Agustín Abadía, en su quesería, La Casa de los Quesos. Foto: Toni Delgado. 

Por falta de tiempo y gracias a una generosa lista de libros pendientes de leer, dejé para agosto ¡Goool en Las Gaunas!, de Javier Triana (Libros del K.O.) Meses después surgió la posibilidad de ir a cubrir para este blog el España-Macedonia, de la Ruta Ñ de la selección de baloncesto que se jugaba en... Logroño. El viaje en Renfe era el contexto ideal para leer una obra del CD Logroñés. A la altura de Calahorra, mientras unos turistas italianos jugaban a aprender catalán con unas catalanas y éstas se interesaban por el
italiano, llegué a la página 66: "Ahora [...] regenta una quesería junto con su mujer, Ángeles, y sus hijos en pleno casco antiguo de Logroño. No está en una calle cualquiera, sino en la de San Agustín". Se refería a Agustín Tato Abadía (Binéfar, Huesca, 1962), emblema del CD Logroñés y que también jugó en el CD Binéfar, el Compostela y el Atlético de Madrid. Ha entrenado al CD Binéfar, el CD Logroñés, el Girona FC, la SD Calahorra y la SD Logroñés. El caso es que me alojaba a un minuto de La Casa de los Quesos y por la tarde fui a hacerle una visita a Abadía, que aceptó la entrevista para Cronómetro de Récords. Descubrí a un enfermo y sabio del fútbol que no ha tenido las cosas nada fáciles, y que nunca ha sabido qué es eso bajar los brazos. 

Toni Delgado / Logroño

—Agustín, naciste, prácticamente, con bigote, ¿no?
Todos hemos nacido con bigote. Ahora, que tengamos pelo o no, eso es otra cosa [nos reímos; le digo que se acerque algo más para que la conversación se grabe mejor. Coloco las dos grabadoras en una barrica de vino]. 

—Te agradezco mucho la entrevista. No me esperaba yo estar hoy aquí contigo... Supongo que te reconocerán bastantes futboleros, sean o no de Logroño.  
La gente a la que le gusta el fútbol me reconoce. Muchos entran y me preguntan directamente. Si dudan, lo hacen con discreción. En seguida me doy cuenta si dudan o me han reconocido. 

—El fútbol cambió con la aparición del nombre en los dorsales y también con la desaparición del futbolista con bigote, un perfil  alejado del marketing.  
El fútbol ha cambiado para bien. Para mí, el juego ha mejorado muchísimo: se juega más rápido y mejor. Antes [sube el tono el tono de voz y lo mantiene hasta el final de la conversación] no podíamos hacerlo así porque las condiciones en las que entrenábamos y jugábamos eran diferentes. Eso sí, el juego era igual de apasionante que el de ahora. 

—La gente se identificaba más con el futbolista de antes.  
Sin duda. Había más cercanía porque el futbolista no se movía tanto... Ahora todo es de prisa. El fútbol es como un programa de televisión que no alcanza un share determinado: si el futbolista llega y no juega, busca una salida de acuerdo con el club. Antes las cosas iban más despacio, y había más paciencia. El futbolista se encariñaba de un sitio y el sitio, del futbolista.   

—El otro día a un jugador le acusaban de mercenario tras irse de un club en el que llevaba un año... 
Al agente le interesa que su cliente juegue, pero también ganar dinero, y para eso lo tiene que mover. La inmensa mayoría de los jugadores que juegan en los diez primeros de Primera son empresas. Mucha gente come de ellos y se tienen que mover.  

—"Agustín era un siete todos los días. No era un diez, pero tampoco era un cuatro nunca", te define Miguel Ángel Lotina en ¡Goool en Las Gaunas! Esa regularidad de no destacar en nada, pero hacer bien muchas cosas. 
Me río porque he sido siempre una persona que nunca ha discutido. Si decían que era un jugador que corría mucho, me callaba. Ahora, no sé si es porque me hago mayor o porque ya lo soy mucho, sí que un poco discuto ese tema. La gente tiene una idea muy equivocada de mí como futbolista. Yo era un jugador muy ofensivo, mucho. La mayoría de los entrenadores pensaban que era defensivo hasta que me tenían, y luego me utilizaban para atacar. Corriendo es cómo trataba mis carencias defensivas, ya que no chocaba ni daba una patada. No era un habilidoso, pero técnicamente era bueno. Era trabajador, físicamente un jugador normal. Había gente en mi equipo que podía correr más que yo y no lo hacía. Yo iba muerto y corría porque era mi responsabilidad. Si he jugado al fútbol ha sido porque entendía bien el juego. No driblaba. No me hacía falta. Era un jugador muy rápido mentalmente y jugando. Poca gente lo apreciaba. No era habilidoso, tampoco podía recortar, pero técnicamente era bueno. Hacía buenos centros, aunque cuando me operaron de los isquios algo perdí. 

—Cuando nos encasillan...   
La gente se acuerda de cuando iba agónico y peleaba el balón, aunque fuera reventado. Fernando Castro Santos [su entrenador en el Compostela] me decía "¡qué cabrón, con cuatro cosas que dominas has jugado en Primera División!". Pero es que leía rápido el juego. Carlos Aimar en seguida me dejaba... 

—¿Fue el entrenador que más te comprendió y más libertad y confianza te dio?
No. Gracias a Dios he tenido eso con todos. Ahora con el Cholo Simeone tendría muy difícil jugar. No porque no le guste jugar, sino le gusta chocar sobre todo. Yo no chocaba, me cagaba de miedo. Con Javi Clemente le pasaba lo mismo: tenías que chocar. Había sido un jugador muy elegante, pero él quería que chocaras. Ahí me costaba. También con Jabo Irureta también. Al final, mi aspecto táctico pesaba mucho. Lo veía y leía todo rápido. 

—¿Te gustaba charlar con los entrenadores?
Con Fernando Vázquez me tiraba todo el avión hablando. Me lo permitía y le encanta. Con Carlos Aimar y con otros también hablaba bastante.  

—¿Siempre te ha encantado el fútbol, no? 
Yo vivía el fútbol las 24 horas. 

—¿Estabas obsesionado?
Tampoco es eso.   

—¿Es pasión?
Es mi vida. Lo único que me hace dejar el fútbol es la familia. Sigo los partidos si estoy en casa y no tengo nada que hacer con los míos.    

—¿Añoras la vida de jugador? 
No. 

Agustín Abadía, en una de sus etapas como jugador del CD Logroñés. 

—¿Y los entrenamientos?
Añoro la competitividad, que crea un poquito de adicción. A mí me gusta mucho el juego. No me gusta entrenarme ni correr, pero dame algo en lo que tenga que jugar y ganar, y me apunto. Eso sí, no iré a correr contigo. Me tira el juego. 

—Eres súper competitivo y, a la vez, súper diplomático. Tu apodo de Tato surgió por no incomodar a una periodista de radio que creía que te llamaban así. 
No me gusta que me llamen Tato. Y, sin embargo, no me he quejado.  

—Ese carácter puede que hiciese que se te valorase menos como jugador.
Pero igual me ha hecho jugar al fútbol. Mi mejor virtud es que me adapto. 

—Te adaptas a las condiciones del grupo. 
Eso. Y mira que he discutido con mis entrenadores que hacer partidos y juegos de integración. Y mis compañeros me decían: "¿Pero cómo vas a hacer todo el día fútbol?". He discutido el método y me decían que era un listo. Lo que pasa es que tengo una manera de hablar...  

—Que quizás se presta a confusión. 
No ofendo. A la gente le hace gracia un poco cómo me expreso. Cuando veo cómo han cambiado las cosas...

—¿Querías entrenamientos más completos? Antes no había entrenadores de porteros, por ejemplo.  
Claro. Primero había que hacer un método más integral: no podías salir al campo, que te dieran la camiseta y que en el descanso te dijeran que había que jugar por las bandas. Bueno, vamos... ¿Pero aquí el plan cuál es? Y te decían: "El plan es hacerlo bien". Ah, vale. 

—[Me río]. 
Te ríes, pero es que ha llegado a ser así. Yo he pasado la transición. He tenido entrenadores que no salían al campo a entrenar los martes y los miércoles. Acababas jugando una pachanga con los compañeros.  

—Parecería una clase de gimnasia. 
Entrenabas, jugabas el partido y tomabas tus propias decisiones. Te equivocabas y... [hace un chasquido] el entrenador te decía "no lo hagas así". Claro, ahora, nos ha jodido, eso ya lo sé yo. Pero cuando lo hacías bien, aprendías. Cuando no encuentro equipo, no me gusta coger un juvenil, sino a niños pequeños. 

—¿Entrenar a niños te hace entender más a los mayores?
Sí. Me hacen plantearme otro tipo de entrenamientos. Ellos con sus profesores de gimnasia ya tienen otra metodología para entrenar y aprender. Ahora llega un momento en el que a los futbolistas les dices todo lo que hay que hacer. Antes, que no te decían nada, era malo. La gente, al haber sido ex futbolista, te mira cómo pidiéndote la solución. Yo puedo tener un plan, pero tú hay cosas que tienes que resolver en el campo. Tú eres quien estás jugando. 

—¿Cada vez hay menos entrenadores puros? Porque si los jugadores sobreviven por las órdenes que reciben...
Ellos tienen capacidad, pero les resulta muy cómodo esperar que les ayudes. El jugador tiene que ver rápido si te has equivocado en tu valoración. Yo, por ejemplo, contra Roberto Carlos... Tengo 35 años cuando me toca enfrentarme a él. ¿Voy a ir a apretarle? Cada vez que me arranque, me va a ganar la espalda. Tomo la decisión de darle tres metros, y me tendrá que driblar.  Todos los entrenadores quieren jugar. ¿Sabes cuál es la diferencia? En quién soporta el miedo. Cuando crees en una cosa, insistes en ella. ¿Qué hace el entrenador malo? Cuando das el pase y te lo cortan te suelta: "¡Me cago en la puta, pégala para arriba!". 

—Y el futbolista...
El futbolista es el primero que sabe que se ha equivocado. Si le gritas, le debilitas, haces que se cague. A la siguiente puede que lo intente, pero a la otra la va a meter arriba. En el Logroñés [como jugador] sólo descendí el último año. Cuando llegué había cuatro chavales jóvenes, a los que no les había costado nada llegar a Primera División. Creo que no lo valoraban. Fuimos a jugar contra el Atlético de Madrid y nos metieron tres. En el autobús rajaron del entrenador: "¡Me cago en la puta! ¡No nos deja jugar!". No te voy a decir sus nombres. Tenía ya 35 años y me estaban tocando las pelotas. Cuando no pude más, salté y les dije: "¿Sabéis con quién he jugado aquí? Aquí han estado Manu Sarabia, Quique Setién, Ruggeri... Cuando venía a jugar la gente a Las Gaunas nos subíamos a la chepa, mordíamos, y luego cuando teníamos huevos, la bajabas [hace un chasquido]. ¿Qué te equivocabas? ¡Te la comías! ¿Tú quieres echarle la culpa al entrenador porque no juega? Pues, si tienes narices, juega. ¿No dices que eres bueno y que puedes jugar? ¡Juega, demuéstrale al entrenador! No te preocupes, que el entrenador no te dirá nada". Yo en el Atlético de Madrid no jugué porque Clemente buscaba gente que fuera al choque. Jugué pocos partidos [15 en Liga] porque había muy buenos jugadores. Me arrepiento de haberme ido, pero lo hice porque no podía estar con Jesús Gil.  

—¿Con Javi Clemente te entendiste?
Con Clemente, muy bien. 

—¿Cómo es como entrenador?
Era de la metodología antigua, te podía contar cuatro cosas. La metodología del juego ha venido ahora.  

—¿Los técnicos de antes se han adaptado a los tiempos de ahora?
Sí, todos. Aimar venía de los antiguos, pero fue el primer entrenador que tuve que le puso nombre a cuanto hacíamos. Su problema es que entrenaba sin oposición, y así te sale todo.  ¿Y si tenías dos jugadores del rival en el mismo sitio cómo lo solucionabas? A Aimar le faltaba entrenar con oposición, que es  lo que se hace ahora. Por ejemplo, ves a Simeone, que ahora mismo es el entrenador con metodología más antigua, verás los entrenamientos casi siempre haciendo algo físico. Es muy curioso. Sin embargo, verás a otros entrenadores más jovenes que tienen más integrado lo físico en el apartado táctico. 

—Hay que correr con inteligencia. 
Correr hay que correr. Si no hubiese que correr, todavía jugaría Cruyff, que técnicamente era la ostia. Cuando te digo esto no vayas a pensar que no te voy a hacer correr y apretar. Ésa es la premisa base, pero tienes que entender el juego. Si eres entrenador, no hace falta chillarle a los jugadores para hacer que hagan las cosas. En cualquier caso, es un recurso puntual, pero no les chilles todos los días porque, al final, ni te escucharán.  

—Lamentablemente, muchas veces se asocia el grito a ganarse el respeto.  
A mí se me considera de perfil bajo, como a Fernando Vázquez, y es porque no chillamos. No me importa. Yo creo que hay que convencer al futbolista.   

—¿Crees que has llegado a convencer a tus jugadores en tu etapas en Binéfar, Logroño, Girona y Calahorra? 
Sí. 

—¿Y al aficionado?
Bueno, al aficionado no tanto. 

—¿Por qué?
Pero el aficionado no juega. Lo que se trata es de seducir y convencer al futbolista. Al convencido, cuando no tienes [buenos] resultados, miras para atrás y lo tienes detrás. Y si es necesario, con más ahínco. Al que le impones tus criterios no estará atrás cuando las cosas vayan mal.  

—¿Cuál ha sido el mejor momento de tu vida deportiva? 
Un gol muy bueno en Huelva contra el Recreativo, pero lo que más me llena fue el medio tiempo que hice.  

—Ese gol fue vital para que el Logroñés ascendiese a Primera. ¿Qué representó para Logroño esa gesta?  
Una fiesta total del equipo con la ciudad y de la ciudad con el equipo. La gente iba al campo a animarte, ayudarte, disfrutar...   

—¿Con qué se puede comparar el viejo Las Gaunas? El espectador estaba a centímetros de los jugadores. 
Me imagino que sería como Atocha para la Real Sociedad. 

—Una pesadilla para el rival. 
Para los donostiarras que vivieron las dos Ligas Atocha es inolvidable. Para nosotros jugar en Primera en Las Gaunas fue un sabor distinto, otra forma de ver, jugar y entender el fútbol. 

—Ya no quedan estadios así... 
Que yo sepa no. 

El entrevistado y el responsable de Cronómetro de Récords, en La Casa de los Quesos. 

—El partido contra el CE L'Hospitalet fue el último que se jugó allí [el 15 de febrero de 2002]. Meses después lo demolieron [el 28 de ese mes se inauguró el nuevo Las Gaunas, propiedad del Ayuntamiento y que utilizan la UD Logroñés y la SD Logroñés]. 
Yo estaba de segundo entrenador con Emilio Remírez. Fue una época muy triste. No era igual que cuando lo dejé: todo eran problemas, reproches, peleas e inconvenientes. Esto es como si a mí me va mal ahora el fútbol y le echo la culpa al fútbol. Podré tener problemas contigo, pero el fútbol me apasiona. Hay gente que puso a parir al Logroñés. Los culpables eran los que gestionaban el club [en ¡Goool en Las Gaunas Javier Triana lo define como "deportivamente muerto desde enero de 2009, judicialmente vivo"].  

—¿Se ha sido muy extremo con el Logroñés desde fuera?
Mucho. Más ahora, con la deuda... Se cometió un error tremendo. No sé cómo intentaron reconducir el tema por el camino de en medio... 

—En el libro reivindicas la figura del presidente Joaquín Negueruela. Bajo su mandato, el equipo ascendió de  Segunda B a Primera.
A Marcos Eguizábal se lo dejan consolidado. Es cierto: luego lo hace bien, pero aquí lo difícil es subir de Segunda B a Primera. Y Joaquín Negueruela no sólo lo consiguió, sino lo mantuvo que lo mantuvo entre los mejores. No me gusta que no se reconozca lo suficiente su gestión. Como si el Logroñés hubiese estado en Primera todos los años. Sólo ha estado nueve... 

—La clasificación para la antigua Copa de la UEFA llegó a ser una exigencia. 
Y ahora la gente ve que estar en Tercera División [se refiere a la SD Logroñés, que compite con el escudo del histórico CD Logroñés] como algo muy peyorativo. ¡Pero si hemos estado por ahí toda la vida!  

—¿La rivalidad con el Osasuna es por proximidad?
Sí. Se tenía mucha rivalidad, aunque no fui consciente de ella hasta mi último año que estuve como jugador aquí.  

—Por lo que me cuentas, creo que eras un jugador al que no le interesaba mucho el entorno. 
Nunca me ha interesado mucho. Bueno, no es que no me interese, es que no es mi problema. El fútbol sí lo es. Como jugador no me hacía falta dominar tanto el entorno, pero como entrenador necesito manejarme con la prensa, los directivos... Si miras mis resultados como entrenador, son muy buenos, pero estoy sin equipo. Es difícil porque no sé moverme: voy de entrenar a mi casa, de mi casa a entrenar... Relacionarme me cuesta mucho. Aunque tú me oigas hablar aquí hablar con pasión de fútbol y demás, soy un tío muy introvertido y tímido.  

—¿No te sabes vender del todo?
No. Ése es uno de mis problemas. Nunca he sabido vender ni explotar lo que me quiere la gente aquí o en Santiago de Compostela. En la quesería [sólo] tengo esa fotografía [de su etapa como jugador en el CD Logroñés]. A mi mujer le encantaría que pusiera más cosas, pero eso está prohibido. No va con mi personalidad. Cuando veo que no encuentro equipo, empiezo a moverme un poco. Vivir en La Rioja es un inconveniente. Soy un tío de provincias. Tienes que hacer el doble de méritos. Aunque a veces me desanime, estoy convencido de que más bien pronto que tarde volveré a entrenar.  

—¿Qué ofreces que no ofrezcan otros entrenadores?  
Ofrezco lo que buscan todos: resultados, talante y competitividad. Lo mismo que he aportado como jugador, aunque por el perfil no pueda parecer eso. Sino que miren mis resultados y trayectoria. Acabo de descender con la SD Logroñés. ¿Y qué? He sido capaz de quedar décimo en la tabla con un equipo de jugadores de aquí para que me dieran un equipo para aspirar a subir a Segunda... ¿Qué más quieren que haga? ¿Se piensan que yo tengo una varita mágica? A uno le gusta que valoren su trabajo. Y en Logroño me lo valoran. ¿Lo suficiente? Yo entiendo que no.   

Agustín Abadía en su etapa como entrenador de la SD Logroñés. Foto: Marca. 

—¿Quién ha sido el compañero o rival más inteligente?
Hay muchos. 

—¿Tenías discusiones tácticas con ellos? 
Con muchos. Con Quique Setién, por ejemplo. Incluso lo he traído aquí. Cuando era director deportivo del Logroñés aposté por él como entrenador. Es el técnico más parecido a Guardiola, aunque no tiene tanta capacidad para convencer. No seduce tanto.  

—Pero la capacidad de seducción es básica para un entrenador. 
Lo es. Quique tiene un gran convencimiento, pero quizás le falta tener más para llegar al jugador. 

—¿El compañero de más calidad con el que hayas jugado?
Manu Sarabia. Cuando jugaba y se sentía bien, hacía jugar bien a todos. Era justo lo contrario que Quique Setién. Manu Sarabia tenía mucha calidad, pero para relumbrar, necesitaba de tu colaboración. Sin embargo, Quique no necesitaba de nadie. El equipo podía estar jugando mal y Quique hacerlo bien. No te daba un pase si no estaba seguro. Yo he jugado en banda y necesitaba el pase cuando hacía el desmarque. Si él creía que no te iba a dar el balón bien, no te lo daba. Tenías que volver para atrás y volver a desmarcarte. Por eso se parece tanto a Guardiola. Le sabe a cuerno quemado que pierdas un balón. Prefiere que le des 200 veces la vuelta al balón, pero no la pierdes. Xavi desespera al rival. Iniesta cada vez que arranca para adelante, ya no le puedes volver a disputar el balón. Te deja atrás.     

—¿Cuál es la gran enseñanza que te ha dejado y te está dejando el fútbol?
Lo mejor que te deja el deporte es que te crea disciplina y te hace adquirir buenos hábitos: trabajo, rigor, disciplina... Te vale para muchas cosas en la vida.  

—¿Te ha valido para abrir este negocio, La Casa de los Quesos? 
Sí, claro. Para no desfallecer y no rendirme. Me encuentro otras dificultades. Yo de quesos no tenía ni idea cuando abrí hace 5 años, y paso problemas porque la cosa está muy jodida. Es cuestión de moverse y tener la mirada amplia.  

—¿Tener un negocio se parece a ser entrenador?
No. 

—Lo digo porque también tienes que seducir con tu servicio y productos a los clientes. 
Ya, sí, bueno, pero no soy responsable de 22 jugadores, un utillero, el equipo médico... Ni tampoco tengo unos directivos a los que les tengo que dar unas explicaciones. Lo mejor en el fútbol es ser futbolista. Es lo que más disfrutas. Como entrenador puedes enseñar y orientar, pero no puedes saltar al campo. He sido la persona más tímida del mundo, pero en el campo de fútbol he sido el hombre más atrevido. 

—¿El fútbol era para ti una terapia?
Lo era. Me ha servido como terapia. Yo no hablé hasta los 24 años y ahora hablo de fútbol por los codos.  

—Hombre, teniendo un negocio y siendo entrenador habrás tenido que progresar. 
Hay cosas innatas. Siempre me ha costado la relación con la gente, pero no quiere decir que no haya progresado. Aunque siempre digo lo mismo: como mejor se vive es callado. Aprendes mucho más estando callado y observando.  

—No te equivocas. 
No te equivocas y es lo mejor porque aprendes mucho. Yo tengo 53 años y 23 de ellos he estado callado. El fútbol me apasiona. Me apasionaba cuando no hablaba, pero entonces tenía la capacidad de estar callado. Ahora la he perdido parte. Y me sabe mal porque no aprendes tanto. Es importante estar callado. Es un poco lo que dice Guardiola cuando dice que se tiene que marchar del fútbol. Pero cuando está en el fútbol habla y habla. Cuando sale del escenario seguro que se convierte en otra persona. 

—También habla del fútbol. Te recomiendo el libro Herr Pep, de Martí Perarnau. Es apasionante y por cómo me has contado que eres, te va a encantar.  
Yo tengo de referencia otro que no es muy conocidos. Sobre todo lo conocen los argentinos. Se titular El arte de lo impensable, y lo escribió el periodista Dante Panzeri. Me gusta mucho porque relata los miedos de los futbolistas. Me ayudó a la hora de resolver los problemas y enfocar situaciones. Recuerdo de ir a jugar contra el Atlético de Madrid el año que era el responsable de tirar los penaltis. Penalti a nuestro favor. Nosotros estábamos los últimos y había que meterlo. Me enfrentaba a mis ex compañeros, y tenía al Niño Aguilera, que era un listo, una de se ha criado en el barrio. Íbamos 0-0 y ellos estaban también jodidos y me decía: "¡Pocha, fállalo, fállalo!". Y yo me iba repitiendo: "Agustín, tranquilo, Agustín tranquilo, fuerte y por el medio. Agustín tranquilo, fuerte y por el medio". Y él insistía. Me repetía frases nada más salir a calentar, y no me lo había dicho ningún psicólogo. 

—Eres un camaleón, un superviviente. 
Te adaptas. Yo no he sido un privilegiado. No he sido una persona que convenza  a todo el mundo. Me preocupa que me digan que he tenido suerte. Si yo le digo a mis hijos que todo es cuestión de suerte, estamos jodidos. Aquí no trabaja ni Dios. Que no conozcas la vida de Carolina Marín no significa que no haya tenido que trabajar.  

—En este país somos muy de rebajar los méritos de los demás. 
Espero que todo eso sea pasajero, aunque creo que está durando demasiado. Estuve una semana probando en la residencia del Real Madrid, lo hace dos veces en el Barcelona dos veces. Yo, erre que erre, erre que erre, y he sido profesional. He estado 10 años jugando en Primera. Mi padre no tenía otra obsesión que trabajar y lo he visto muy poco. Me decía que ni me preocupara ni me rindiera. Y eso es lo que hago, para volver a entrenar y para seguir con la quesería. Mi mujer es un fenómeno para esto.     

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