lunes, 17 de noviembre de 2014

Ander Izagirre, el ciclista que aparca la bici en Anoeta

‘Mi abuela y diez más’ es una especie de diario repleto de dudas y certezas del autor sobre su vínculo y el de su familia con la Real Sociedad 


Recuerdos y productos de la Real Sociedad, con el libro en el centro. - Foto: Toni Delgado. 

—Reíros un poco, ¿no? Os hago otra más, por si la anterior no ha quedado bien. Venga, la definitiva, que no me fío… —nos decía la madre de Laura. 

En la tienda de fotografía (benditos los tiempos en los que no sabías si habías salido descabezado hasta días después) reparé en que en las instantáneas había un tercer personaje al que nadie había preguntado si le apetecía aparecer. A juzgar por su posición, doblado en la silla, seguía deprimido por lo que le había tocado relatar.

El Diario Vasco del 15 de octubre de 2000 acompañaba en la foto a dos amigos de la infancia que habían visto el 0-6 del Barça a la Real Sociedad en Anoeta bailando en Young Play, una discoteca de Hernani que derribaron el año pasado. Esa noche, además de más bailes, risas, algún dardo lanzado (a la diana) y un constipado de época, cambió mi visión del deporte. Pese a la debacle, alguien había sacado al balcón la bandera de su equipo. No recuerdo si sólo me reí o hice también algún comentario de mofa. 14 años después lo considero un gesto grandioso de fidelidad a un club. Puede que ese detalle me ayudase a ser un txuri urdin convencido, tras  varios años tonteando y apoyando a la Real contra casi cualquier equipo que no fuese el Barça. Ahora quiero que cada uno gane en su campo. Y tan amigos. 

No es necesario ser txuri urdin ni entusiasta del fútbol ni tampoco del deporte para devorar Mi abuela y diez más (Libros del K.O.). Es una especie de diario con ritmo de documental escrito por alguien que siempre quiso ser ciclista, autor del delicioso Plomo en los bolsillos, y al que, poco a poco, fue atrapando la causa de la Real. Porque Ander Izagirre va solo a los partidos y aparca su bici en Anoeta por los constantes y originales vínculos de su familia con el club, en especial con los de su abuela Pepi, que le construyó su primera bandera blanquiazul. No es casualidad que sus primeras palabras en una máquina de escribir fuesen una alineación de apellidos ilustres: Arconada, Celayeta, Olaizola… ZAMORA.

Ander Izagirre podría ser un excelente monologuista: finta, caracolea y define con las palabras. Es capaz de generar diferentes estados de ánimo en el lector en el mismo párrafo e incluso en la misma frase; de pasar de un tema a otro y de una descripción a otra sin que quien lee pierda el hilo y el texto, fuerza. En Mi abuela y diez más vuelve a ser niño, adolescente y se hace adulto siempre con la Real (y repetimos, su familia) de fondo: los olores de Atocha, los vecinos de grada, los acompañantes que, a poco a poco, le fueron dejando, las buenas y malas noticias del equipo en los sitios más insospechados...

Desde el principio, el escritor guipuzcoano nos advierte de que será un libro de dudas y certezas, de infinitos contrastes: “Mi abuelo Carlos era comunista, mi abuelo Joxemari era del Opus Dei y yo casi no soy ni de la Real Sociedad. Los tres íbamos al campo de Atocha. Pero a mí no me gusta el fútbol”. Porque el amor por algo o por alguien ni es científico ni pretende serlo. De ahí que la obra forme parte de la colección Hooligans ilustrados. El título perfecto.  

Ander Izagirre se pone nostálgico recordando Atocha. Ese aliento (y alguna cosa más) en el cogote del contrario, la grada como 12º jugador y un 65% de victorias de la Real. Algo que Anoeta, con una pista en medio, no ofrece. Y, sin embargo, tuvo media Liga, la de 2003, en sus manos. Ésa en la que goleó por 4-2 a Los Galácticos, finalmente campeones, pero perdió cuatro puntos surrealistas ante Alavés y Villarreal, antes de dejarse los tres en Balaídos ante el Celta en la penúltima jornada. La última, con un triunfo ante el Atlético y una divertida conversación previa entre Izagirre y el Mono Burgos, fue insuficiente. 

Aunque al lector txuri urdin le dolerá todavía más recordar el descenso a Segunda en Mestalla (¡con dos goles en propia puerta!) u otra remontada del Alavés, que prolongó un nuevo año de Infierno a la Real (se echa de menos alguna referencia al Loco Abreu, muy cuerdo desde su paso por Riazor y que tuvo un rendimiento excelente en Donosti). El equipo volvió a Primera contra el… Celta, y justo el día del 29º aniversario de quien escribe esta crítica.   

La voz del Ander Izagirre niño nos cuenta cómo vivió los dos títulos de la Real (en 1981 y 1982, este último me cogió en el vientre de mi señora madre). Del eterno gol de Zamora, tras una asistencia de Górriz, que la recuerda como “el peor tiro de mi vida fue el mejor pase de la historia”. Desconocía que Górriz fuese un meritorio al que Toshack privó de jugar su partido 600 en Liga, y eso que era intrascendente (Górriz, te has ganado un seguidor). Y es emotivo rebuscar en Youtube (porque el autor te pincha a revivir, pero también a rebuscar) una entrevista a pie de campo con el técnico Alberto Ormaetxea en El Molinón, escenario de ese 2-2 de Zamora en ¡el descuento!: “Yo creo que el partido ha terminado, se hace justicia a nuestros méritos”. 

—¿De quién ha sido el gol? ¿Lo has visto tú? Yo no lo he podido ver... —pregunta el periodista de RNE al mismo ritmo que si estuviese diciendo un trabalenguas. 
—Creo que ha tirado Zamora —responde el técnico de las dos Ligas, fallecido en 2005.

Desconozco cuál es el jugador favorito de la Real de Ander Izagirre. Por lo que cuenta, debe ser un currante. El mío de los que he podido ver es Óscar De Paula. Es cierto: no tenía los detalles de Kovacevic ni la finura de Nihat, pero nunca le faltaba ni compromiso ni olfato. Sus goles casi siempre dieron puntos y empezaba las temporadas de cero, como un recién llegado. No le recuerdo ninguna declaración quejándose de su situación y siempre quedará como el autor del gol que clasificó a la Real Sociedad para los octavos, frontera de la Champions del curso 2003-2004. Nos eliminó el Olympique de Lyon, al que privamos de jugar el torneo el año pasado en la previa. Lamentablemente, la Real, a efectos prácticos, tampoco llegó a jugarla.

El epílogo (Pepílogo) de Mi abuela y diez más es un homenaje exquisito a la abuela Pepi de un nieto que no pudo despedirse de ella, pero que siempre la tendrá a su lado. Sólo puedo adelantaros que Imagol (Imanol Agirretxe), otro de los que empiezan de cero cada curso y mi favorito de la plantilla actual, tiene un protagonismo muy especial.

El 0-6 al que hacía referencia al principio se recordará siempre por el portero de la Real, Mattias Asper, que encajó todos los goles en la primera parte. El sueco fue pronto carnaza de chistes. Una semana más duraría Javier Clemente como técnico. Antes de que se anunciase su cese, intuía una mano negra: “Os digo, y que cada uno se la coja con la pluma que quiera, que hay más de un interesado en que la cosa no funcione, y no porque tenga algo personal conmigo. Sí que hay alguno que va a por mí, pero eso me lo llevaré a la tumba. Pero a alguna no le interesa que las cosas vayan bien, no le interesa que haya serenidad y tranquilidad”. Son recuerdos muy añejos. La próxima estación se llama David Moyes.    

Título: Mi abuela y diez más. Autor: Ander Izagirre. Editorial: Libros del K.O. Páginas: 109. Valoración: 4.5 sobre 5.    

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